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El fomento de la innovación: una prioridad en la agenda del bicentenario

“Mientras los latinoamericanos estamos obsesionados por el pasado y guiados por la ideología; los asiáticos están obsesionados por el futuro y guiados por el pragmatismo”, esta es una frase que escuché decir a Andrés Oppenheimer y que citando ejemplos concretos se detallan en “Crear o Morir” su penúltimo libro publicado en el 2014, pero que cobra absoluta relevancia en el contexto actual.
A pocos meses de nuestro bicentenario, es momento de poner a la innovación en el centro del debate nacional y sobre ello determinar quién o quiénes nos dan mayores garantías de desarrollo de la economía del conocimiento y de la innovación a nivel global. Los países del primer mundo ya dejaron de hablar de izquierdas y derechas hace rato; la discusión está centrada en generar competitividad y desarrollo mundial. China es un claro ejemplo de ello. Nosotros debemos empezar a tomar ese camino si queremos combatir la pobreza y la falta de oportunidades.

No creo que debamos desconocer nuestro historia y realidad, pero esta debe servir para mirar hacia adelante y empezar a construir un país desde una mirada pragmática, es decir, sobre aquello que le conviene o no al Perú, ahora y en el futuro. Es así como los países asiáticos han logrado despegar en muy poco tiempo. Lo han hecho no solo impulsados por la oferta de valor agregado de productos que ofrecen a la comunidad mundial, sino principalmente por la exportación de talentos de primer nivel que luego terminan volcando todo lo aprendido en sus propios países.

Educar para innovar y fomentar una educación para innovadores.

La apuesta por el talento y el desarrollo de las capacidades creativas e innovadoras tiene que ser una política de Estado. Actualmente, en lo que se refiere a la exportación e importación de talento, estamos muy por debajo de los estándares mundiales. Según el Instituto de Educación Internacional de Estados Unidos, en el periodo 2019-2020, las universidades estadounidenses contaron con más de 400,000 estudiantes de China, 190,000 de India, 31,000 de Arabia Saudita, 20 000 de Vietnam, 16 000 de México, 2400 de Chile y 3500 de Perú. Aquí tenemos una enorme oportunidad de crecimiento.

Es claro que los países se encuentran en una competencia por la atracción de talento y están haciendo todo lo posible para que los jóvenes se preparen en otros mercados con ayuda concreta del Estado y vuelvan a sus naciones a contribuir con su desarrollo. Esto ha hecho que China, el más grande competidor comercial de Estados Unidos, sea el país con mayor número de Estudiantes en universidades americanas. ¿Por qué EEUU lo permite o China lo acepta? Es sencillo, para ambos es conveniente la rotación del talento. El balance ideológico simplemente no existe.

En Perú si bien se han dado pasos importantes en la educación universitaria (Con la participación de la SUNEDU), tenemos todavía graves problemas en la educación básica y un largo camino por recorrer para hacer más atractivas las carreras científicas y técnicas a los que pocos jóvenes voltean a ver con entusiasmo. Aquí tenemos un gran reto. El sector público de la mano del sector privado, deberá trabajar en conjunto para revertir esta figura y empezar a desarrollar y promover una cultura de la innovación.

La innovación puesta al servicio de las principales actividades económicas

Es claro que nuestra economía se sostiene principalmente en nuestros recursos naturales, pero los países más ricos no son precisamente los que fueron bendecidos con mayores recursos, sino aquellos que apostaron por la innovación para transformarlos en productos con mayor valor agregado. Singapur, China e Israel son un claro ejemplo de ello. No es casualidad que del PBI Mundial la agricultura solo represente menos del 3%, la industria poco más del 27%, y los servicios más del 70%. Entonces ¿Por qué seguimos creyendo que seremos un país desarrollado con las actividades mineras o agrícolas? Pensar así es un error. Eso no nos salvará.

Si esto añadimos que estamos en el principio de una carrera para descarbonizar la energía producto del calentamiento global; el gas, el litio, el petróleo y algunos de los metales perderán valor en pocos años. Por lo tanto, los argumentos de apoyarnos en una estructura económica basada en exportación de manufacturas básicas y materias primas deben empezar a reemplazarse por un plan para impulsar la innovación, de modo que podamos exportar mayores productos de valor agregado y servicios. Por eso, Google, Facebook, Microsoft y otros desarrollos tecnológicos son los que hacen a los países ricos; no el cobre, el oro o el petróleo como se repite una y otra vez.
Los datos lo corroboran: mientras que anualmente ante la organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), Corea del Sur e Israel registran aproximadamente 12,400 y 1600 patentes, respectivamente; en todo Latinoamérica y el Caribe apenas llegamos a 1200 (México solo alrededor de 250 y Perú menos de 20. Sí, Perú registra anualmente alrededor de 20 patentes. Este es un problema que debemos resolver con prontitud si queremos ser competitivos.

Dicho todo lo anterior las preguntas deberían estar centradas en ¿Cómo hacer de la educación una herramienta para fomentar la innovación y garantizar el crecimiento del Perú en los próximos años? ¿Qué hacer para pasar de una economía basada en manufacturas básicas, materias primas y actividades extractivas a una que se sostenga en productos de mayor valor agregado y servicios tecnológicos? Esa es la discusión que todos debemos exigir esté en la agenda en los siguientes años y que ayudará a miles de peruanos no solo a salir de la pobreza económica, sino principalmente generar mayores oportunidades de desarrollo. Fomentar la innovación es el camino.


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