“Gané 19 mil soles en un mes vendiendo zapatillas en internet” me indica Héctor, un joven de 28 años, taxista en sus ratos libres y estudiante de derecho que vive en Comas y que sin ningún tipo de conocimiento en marketing o comercio electrónico ha logrado hacer negocios por internet con relativo éxito inicial. “No tengo página web. Todo es por Whatsapp y redes sociales” sentencia.
El caso de Héctor, es el de miles de emprendedores que, sin habérselo propuesto de forma estructurada o metódica, han incursionado en internet y han aprovechado las ventajas de conectar con miles de consumidores que cada vez están más dispuesto a hacerse de productos o servicios, no solo de marcas conocidas o registradas formalmente, sino de todo aquel que tenga algo para ofrecer y que otorgue mínimas garantías de que el producto será entregado.
La crisis sanitaria ha golpeado fuertemente la salud de millones de personas, pero también a varios sectores económicos en el mundo. Perú no ha sido excepción. No obstante, como en toda crisis, existen ganadores y perdedores, sectores o categorías de negocio que son afectados, pero también otros que se ven fortalecidos producto de la coyuntura. Las ventas digitales son prueba latente de esto último.
Según información oficial, durante el 2020 el ecommerce en Perú creció 40% impulsado principalmente por el sector retail que experimentó un crecimiento de 250%. Si bien existieron sectores bastante golpeados como el turismo que decreció en -75% (hoy en una lenta recuperación), lo cierto es que el balance general resultó positivo durante el 2020 y todo indica que seguirá la misma senda este 2021 (salvo por los problemas políticos que esperemos no impacten permanentemente de forma crítica).
Si bien es cierto el comercio electrónico es la más importante y popular forma de colocar productos, la realidad es que a raíz de la pandemia se han registrado una serie cambios no solo en los hábitos de consumo, sino también en la oferta y los canales de distribución de las empresas y de los nuevos jugadores: las personas naturales. La necesidad imperativa de contar o tener presencia en un sitio web transaccional ha dejado de ser un requisito para poder desplegar acciones digitales. Al menos en una primera etapa.
Los nuevos jugadores en internet:
A la fecha, no exagero si digo que todos conocemos a alguien que está vendiendo en internet sin tener una empresa registrada, y aunque pareciera sorprendernos, no debería surtir este efecto si consideramos la alta tasa de informalidad del país que está por encima del 75% y compuesta por una tasa de autoempleo del 40% del total de la PEA según INEI. Lo que estamos evidenciando es que aquel trabajador autoempleado que antes debía salir a las calles a buscar a sus clientes, hoy los encuentra en las redes sociales y en los market place. Internet se ha convertido en aquella transitada avenida en donde muchos emprendedores solían colocar sus productos para comercializarlos.
A fines del 2020, la SUNAT estimó que alrededor del 60% de los vendedores en línea operan sin RUC y evaden impuestos, razón por la cual el crecimiento de las ventas digitales resultaría mucho mayor al monto oficial identificado -que alcanza la cifra de 6 mil millones de dólares en ventas durante el 2020-.
Hoy no solo estamos viviendo una explosión de plataformas ecommerce, sino principalmente, la digitalización de varios canales comerciales y más precisamente un estallido de las ventas por internet. Las personas y empresas están vendiendo por internet sin necesidad de contar con una página web o una pasarela de pago.
La facilidad que otorga internet permite que haya más usuarios ofertando productos de bajo ticket que antes no resultaban atractivos, pero que hoy son altamente demandados por los consumidores. Realizar compras de productos de 10 o 20 soles se ha normalizado para bien de los ofertantes y demandantes.
El verdadero reto de la digitalización:
Lo que está ocurriendo es un hecho poderosísimo que potencia enormemente la ventas digitales. Por un lado, tenemos una variedad de productos ofertados en todos los precios y para todos los públicos; y del otro lado, una demanda que se ha incrementado considerablemente en todos los sectores. En medio de ambos debería estar la calidad del servicio que alcanzará su máximo nivel cuando esto finalmente esté reglamentado de manera que garantice -en cierta medida- y desde una perspectiva estrictamente legal, el mínimo cumplimiento de lo ofrecido.
Esta claro entonces que el problema ya no está únicamente en la digitalización de la venta de los comercios o de las personas. El verdadero reto está en hacerlo sostenible y escalable, de modo que estos novísimos actores que están absortos y más que satisfechos con los resultados iniciales obtenidos, puedan aprovechar todas las bondades. De esta manera no solo garantizaremos la permanencia y crecimiento de estos nuevos jugadores del mercado, sino que aseguraremos el impacto directo en la economía y, al mismo tiempo, evitaremos que una permanente informalidad que acompaña a varias actividades económicas del país nos alcance también aquí.
Sabemos que la tecnología y la adopción de la misma camina a un ritmo mucho más acelerado que la normativa o legislación de nuestras autoridades. Sobre esto no podemos hacer mucho. Pero hay algo que sí podemos hacer los que estamos inmersos en la industria digital y que constituirá una importante contribución: tenemos que motivar a la formalización; a la adopción de buenas prácticas digitales; a creer en la máxima de poner al cliente al centro de la gestión; a la mejora constante de la calidad del servicio; y, principalmente, a la propagación del conocimiento sobre desarrollo de negocios digitales. Tenemos que llevar el conocimiento a las calles. Es ahora o nunca!